No está claro si quien compareció este martes a la hora del Ángelus para dar a conocer el veredicto de su dilatada introspección fue el presidente del Gobierno o si lo hizo en calidad de Pedro Sánchez, el ser humano sintiente y sufriente.

Lo que no admite duda es que el tenedor de la Moncloa había reciclado su crisis familiar en una operación rayana en la opereta para ser recibido como Pedro 'el Deseado'. Nunca nadie se había tomado tan en serio la máxima izquierdista de que "lo personal es político".

Los comentaristas han destacado la tétrica equiparación por parte de Sánchez de su permanencia en la jefatura del Gobierno con la continuidad de la democracia misma. Pero resulta más grotesco si cabe el esquema argumental que subyace a la propia decisión del presidente de haber tenido a toda una nación pendiente desde el pasado miércoles de su búsqueda de sí mismo.

Pedro Sánchez en su entrevista en TVE este lunes 29 de abril.

Pedro Sánchez en su entrevista en TVE este lunes 29 de abril. Efe

Hay quien ha tomado las referencias constantes de Sánchez a "mis sentimientos" en la entrevista en La 1 de este lunes (que por momentos exudó efluvios de programa del corazón) como la evidencia definitiva de su narcisismo patológico. Pero la explicación no es de naturaleza psicológica, sino política. 

Se ha llegado a un olvido y a una perversión completa del significado de la figura del gobernante. A una filosofía política solipsista capaz de llevar a un presidente a aseverar, con toda naturalidad, que la deliberación nacional "es algo que yo tenía que responderme a mí mismo".

Sánchez vino a decir que existe una identidad entre sus "motivos personales" y los de toda la nación. ¿Qué mejor prueba de la unidad esencial entre los problemas de los españoles con los de su presidente que la última encuesta del CIS, que certifica que el líder estaba en lo cierto cuando barruntó que acaso la mayoría de los ciudadanos compartía las mismas preocupaciones que él?

Reconoció el Pedro persona en la televisión pública (qué pistonudo y grave suena este sintagma en boca de quienes pretenden dignificar su abajamiento a minarete sanchista) que, con su reflexión, "indirectamente, también estaba buscando la respuesta de la ciudadanía".

Es decir, que quiso sondear si la "ciudadanía" le acompañaba en la causa de la regeneración democrática. Porque la "ciudadanía" también necesitaba la reflexión del presidente.

Al presidente no le basta con el BOE, pantalla insuficiente contra las campañas de acoso de las páginas web y los tuiteros. Ha de orientar los pensamientos de los españoles, abrir los "debates necesarios" como sociedad. El presidente deslizó que los cinco días de pausa los necesitaba no sólo él, sino todos nosotros.

¿En qué momento la política española se ha convertido en un plató para que el jefe del Gobierno relate sus vacaciones, estos "días muy gratificantes desde el punto de vista personal"? Como dice Lorena Maldonado, "Pedro ha hecho un '¿qué hay de lo mío?' y no se entera, no se quiere enterar, de que lo suyo no importa un carajo: lo suyo va de defender lo nuestro". 

Es un síntoma que trasciende a Sánchez, y que debería movernos a una auténtica catarsis: la de cuestionarnos cuán lejos ha llegado el ocaso de la conciencia ciudadana. Hasta qué punto nos hemos adentrado en el proceso de la privatización de la política, del desdibujamiento de las fronteras entre la provincia de lo doméstico y la de lo público, como para que un solo hombre pretenda marcar el ritmo cardíaco de un país al dictado de sus apuros familiares.

Dado que ética y política son indisociables (aunque esto no se verifique en Sánchez), la privatización de la política es solidaria de la privatización de la moral. Y este fenómeno, según señala el filósofo Alfredo Cruz, "nos conduce en último extremo a una moral intimista, en la que no cabe otra fuente de criterio moral que el yo y sus emociones".

No hay mejor prueba viviente de "la decadencia del 'yo cívico' que ha dado lugar a la emergencia del 'yo emotivo'" que Pedro Sánchez, quien no ha cesado de hablar de "reflexión íntima" y de "explicar mis sentimientos".

La confusión entre el hogar y el ágora, característica de estos tiempos de emotivismo subjetivista y de declive de la condición ciudadana del hombre, es fruto de una despolitización de la ética. Pero, recuerda Cruz, "cuando la moral concierne sólo a lo privado [cuando la conducta no está ordenada al bien común], sólo tenemos razones privadas (no políticas) para actuar moralmente".

En la plaza pública, en la polis, el hombre no comparece como individuo, sino como ciudadano. La política es la decisión sobre el modo de ser comunitario, es la forja de un carácter colectivo. Y no, como la entiende el presidente, la impresión del sentir de una persona sobre el de todos los demás.

Con todos nosotros como testigos, Sánchez resolvió detenerse para conocerse a sí mismo. Pero acaso desconozca el presidente que la máxima socrática nunca fue una invitación a la exploración subjetiva, sino una meditación sobre los límites humanos.